Salud, 27 Oct. (LÍDER).- En esta
relación de intimidad y competitividad, los chicos aprenden a relacionarse con
sus pares, facilitándose de esta manera el proceso de socialización. Y, a
medida que van creciendo, la rivalidad se supera dando paso a una mayor unión y
amistad.
Para nadie es un secreto que los
hermanos suelen pelear y, a veces, mucho. La rivalidad y competencia florece
primero entre los hermanos de forma natural e inevitable. Además, en toda
relación fraterna conviven agresivos y amorosos, más aún si pasan mucho tiempo
juntos y deben compartir las mismas cosas, como suele pasar con los hermanos.
Sin embargo, los adultos tenemos que comprender que son fases necesarias y
buenas para su educación y desenvolvimiento en año s posteriores.
Las peleas entre hermanos, cuando
se dan en la época infantil, son necesarias, ya que le ayudarán en el futuro a
saber cómo lidiar con situaciones adversas y conflictivas de su vida adulta. Lo
importante es que los padres sepan que, a pesar de las molestias, violencia
y malos ratos, las peleas son normales y es conveniente dejar que los
hermanos lleguen a una solución, la que muchas veces es amistosa.
En esta relación de intimidad y
competitividad, los chicos aprenden a relacionarse con sus pares, facilitándose
de esta manera el proceso de socialización. Y, a medida que van creciendo, la
rivalidad se supera dando paso a una mayor unión y amistad.
Estas peleas no suelen dejar
huella si los padres se mantienen unidos, justos, tolerantes y comprensivos. En
otros casos, las peleas pueden dejar una huella profunda y difícil de borrar;
por ejemplo, si los padres muestran favoritismo por uno de los hijos o han
castigado muy frecuentemente a un hermano por causa del otro. Si los padres le
dan mucha importancia a las peleas, lo más probable es que el problema se
magnifique y el niño crea que no es posible perdonar y comenzará a acumular
resentimientos.
Según María Isabel Acuña, “las
peleas entre hermanos se agravan cuando los padres se involucran, ya que se
genera una competencia por obtener el apoyo del adulto a cualquier costo”.
Dicho sea de paso “los más chicos llevan siempre las de ganar”, ya que para
conseguir lo que quieren se apoyan en el llanto y la “pataleta”.
Cuando esto ocurre, debemos
mantenernos firmes y, al mismo tiempo, hacer entender al menor, porqué debe
cambiar su actitud, hasta que, por sí mismo, cambie su comportamiento, ya que
los especialistas concuerdan en que el castigas y sancionar no logran el
objetivo de que el niño entienda y crezca como persona. Sobre esto la
psicopedagoga Solange Moreno Olavarría aconseja, “muchas veces los niños se
acostumbran a hacer pataletas para conseguir algo, y si nosotros cedemos para
evitar el mal rato, estaremos reforzando esta actitud. Más vale terminar el
paseo y sancionar al llegar a la casa (sin televisión, juguetes, amigos,
etc.). Si repetimos este accionar sin titubeos, a la tercera o cuarta vez
bastará con decirle lo que sucederá para que modifique su actitud”.
Es por esto que el llamado de los
especialistas es a mantenerse neutral y no tomar partido por ninguno de los
lados en conflicto. “Es normal tratar de proteger y dar la razón a quién se
percibe como más débil, pero se debe tener cuidado en ello, pues no por ser el
menor va a tener la razón”, explica la psicopedagoga y añade, “podemos hacernos
a un lado para observar, pero nuestro rol protector y mediador no nos permite
permanecer ajenos a estos conflictos, y si sabemos que una de las partes está
abusando del otro, debemos hacernos parte de ellas, sólo orientando y
abriéndoles el camino para la discusión de las posibles soluciones al conflicto”.
Sin embargo, tampoco se puede
dejar al niño hacer lo que él quiera. Como adultos debemos evitar que caigan en
descalificaciones o en la violencia, ya que pueden terminar haciéndose daño
físicamente. Para evitarlo es recomendable privar a los niños de aquél objeto
por el que pelean, con el objetivo de que se vean forzados a llegar a un
acuerdo y terminar el conflicto. (www.saludactual.cl)
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